"Ningún otoño le había parecido triste: sólo aquel. El chalet estaba rodeado de rejas, de nubes que no la dejaban respirar. ¿Por qué no moría todo? Mamá la miraba como si no la viese. La abuela pasaba los días durmiendo. Su padre estaba como amodorrado y vagaba de un lado a otro con tanta pena en los ojos que no podía resistir mirarle. Su única compañía eran el tejado y el cielo. Subía cada noche al tejado y de cara a las glicinas, erguida y blanca en su camisón vaporoso [...] gritaba y gritaba en un susurro el nombre de su hermano [...] Le llamaba débilmente para que si estaba lejos, en cualquier lugar al que hubiese ido, la pudiese oir con el alma [...] como el alma de él la había llamado a ella bajo la claridad de las estrellas. Una noche trató de acercarse a la cornisa, al lugar donde habían estado los dos agarrados a una cuerda que habían atado de chimenea a chimenea. Pudo retroceder y cuando llegó a la escalerilla de hierro se agarró a ella y cerró los ojos porque le palpitaba el corazón" (1991, Madrid, Debate, P.16)
Espejo roto, un collage de vidas diferentes.
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