Compañías
Desde
hace unos días reflexiono sobre las lecturas que me acompañaron a lo largo de
mi vida. No se trata ya de definir si han sido “buenas” o “malas” ya que esos
adjetivos no aportarían nada a lo que quisiera expresar. Recuerdo una antigua
colección argentina que se llamaba Robin Hood. Tenia las tapas
durísimas, de color amarillo; la textura de sus páginas era atroz y el tamaño
de las letras casi imposible; sin embrago, mi primera lectura de Mujercitas,
de Louisse May Alcott fue en uno de esos libros. Supe entonces que”la belleza”
puede tomar extraños caminos. También recuerdo otra colección, Irídium, por todo lo contrario: páginas de papel
suave y brillante (se reflejaba en ellas la luz de mi lámpara de noche) además
de dibujos coloridos que me guiaban (y
limitaban). Allí encontré a Verónica, la protagonista de muchas historias que
me llevaron a entender que desde el anonimato la vida también puede tener
estrellas y “estrellamientos”.
Entre
Jo, la protagonista inolvidable, y Verónca, leí best sellers de intriga
policíaca que me llevaron a escribir mi única y primeriza novela a los catorce años: todos los personajes
morían. También hubiese querido investigar junto a Hércules Poirot en las
novelas de Agata Christie. En Diez negritos, la clave estaba en la última
línea. Teníamos quince años y con ma amigas “del cole” nos amanazábamos con
deciros el final.
Ahora,
en la madurez, el final de los libros me da igual, porque si no me atrapan
entre las redes de sus líneas, no llego nunca a él. Aquí la lista sería inmensa
y no quisiera ser injusta (lo sería, seguramente). Pienso en la fuerza de Jane
Eyre, de Charlotte Bronte, en as locas familias de Julio Cortázar que escriben
a los muertos, en la angustia ante el
mundo de Paul Celan, en los vericuetos mentales y solitarios de la Señora
Ramsay, de Virginia Woolf.
Los
libros han dejado de ser libros, o por lo menos, sólo eso. Son fieles
compañeros que me enseñan a vivir y dan
vueltas por mi mesa de noche o al lado de mi cama (en el suelo) y, al igual que
mi perro, me miran con profundidad. Cuando no eniendo el mundo (casi siempre),
recurro a ellos.
1 comentario:
Que bonic!
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