miércoles, 15 de diciembre de 2010

Compartir marcas


La escritora Olga Merino habla en este breve artículo de las marcas que, sin nombre aparentemente visible, nos deja el vivir. Un texto para pensar...

Publicado el  viernes 10 diciembre en  "La Rueda",columna de El Periódico de Cataluña. 
Autora: Olga Merino

Pintura de María Gómez

La piel tiene memoria. Los recuerdos de lo vivido escriben su peculiar caligrafía sobre el cuerpo. Nada más nacer, cuando la comadrona nos agarra por los pies, obtenemos la primera sutura: el ombligo; un corte limpio al cordón umbilical que nos unía a la inocencia y, hala, majos, aprended a vivir. Durante la infancia se superponen en la carne cicatrices más o menos simpáticas: el topetazo con la bicicleta, el labio partido tras la caída de un columpio, la niña con trenzas que metió la pierna en una alcantarilla y se la desolló. Más tarde aparecen los costurones de la madurez: cesáreas, estrías, la operación de apendicitis (hasta hace poco las apendicectomías dejaban en la tripa unos chirlos exagerados, de navajazo esquinero). La cartografía epitelial tiende a complicarse con el tiempo, y quizá por ello sea mejor dejar aquí la exploración, que hoy es viernes. Después de todo, las escaras físicas acaban por desdibujarse, y dicen que ahora el láser ayuda a disimularlas. Hace ya algunos años, en una diminuta isla del Caribe, un negro me contó que allí se curaban las cicatrices con conchas de molusco molidas y mezcladas con agua y jugo de limón. Aquel buscavidas se llamaba Clímaco y era alto como una palmera. En realidad, una servidora de lo que pretendía hablar era de las otras heridas, las invisibles, las del bolero Se te olvida (“…pues llevamos en el alma cicatrices imposibles de borrar”). Las casas en las que hemos vivido y debemos abandonar, las ciudades que nos acogieron y fueron nuestras, pequeños fracasos, los sueños hechos añicos, lo que pudo haber sido, los amigos que se quedaron atrás, la sangre enterrada, alguna traición, tantos malentendidos, las palabras que no dijimos a tiempo. ¿Dónde se esconden todas esas sajaduras que no dejan huella? En verdad, las cicatrices que no se ven son las que nos amasan como los seres que somos. La escritora Jane Bowles, sepultada en Málaga, en el antiguo cementerio de San Miguel, sabía dónde se ocultan: “Carga, como un diamante clavado en el pecho, con tu primer sufrimiento, porque de él procede toda tu ternura”.

lunes, 6 de diciembre de 2010

ENTREVISTAS PARA COMPARTIR


La intimidad del poema en tránsito

María Auxiliadora Álvarez nace en Caracas en 1956. Formada en Literatura y en Artes Plásticas, sus primeros poemarios  surgen de los Talleres poéticos que hicieron de Venezuela, en los años 80, un estallido de poesía.  En “Cuerpo” (1985), el cuerpo se transforma en palabra imprescindible y directa frente a las construcciones sociales. Desde 1996 vive en los Estados Unidos y además de escribir, se dedica a la enseñanza universitaria. Editorial Candaya ha publicado “Las nadas y las noches” un tránsito por los once libros de la autora, algunos inéditos hasta ahora. Una edición que estremece, poesía que resalta el silencio y da otra dimensión  a las palabras.

NA  - Tu  poemario “Cuerpo” nace en un hospital público de Venezuela ¿Lo consideras un poemario social?
MAA- En parte sí, porque la fuerza de la vida se impone y define la materia de la cual nos vamos construyendo y en parte no,  porque se espera que el hecho artístico supere la circunstancia o anécdota individual y social y se sustente gracias o a pesar de ella, transitando de lo particular a lo singular y de allí a lo universal. “Cuerpo” fue mi segundo libro, y escrito a los 24 años, representó un registro de adquisición de mundo o concienciación del mundo particular, pero plural, que me tocó vivir. Este libro, que es grito, horror y vísceras,  nace de una visita a un hospital público de Venezuela, la mayor maternidad del país, que irónicamente lleva el nombre de la madre de Simón Bolívar: Concepción Palacios. Digo “irónicamente” porque creo que si la señora Palacios hubiera intentado dar a luz a su hijo en esta maternidad, tal vez no hubiera habido independencia para Venezuela ni para Colombia, Perú, Ecuador o Bolivia. Vi a muchas mujeres y a sus niños morir, o los vi sobrevivir a unos y (u) otros en condiciones infrahumanas. Hace 30 años que escribí estos poemas pero creo que la atención social maternal hospitalaria continúa representando todavía la antítesis de la atención y la antítesis de lo hospitalario.

NA  - ¿Qué ha significado para ti y tu obra el exilio?
MAA- Salvación y condena. Me he convertido en lo que en sociología llaman un hobo -o un vagabundo (que no suena igual en femenino), un ser libre, sin filiaciones culturales (salvación), pero desprovisto de lengua (condena). El peor exilio para un escritor: salir del silencio de la pequeña periferia del género para la otra gran periferia de la ajenidad lingüística y política. En fin, nunca se pueden prevenir todas las ramificaciones de la adversidad.

NA  - ¿Crees que tu poesía ha cambiado en tu recorrido desde Venezuela a los Estados Unidos?
MAA- Sí, creo que ha cambiado. Es más cerebral, más de ideas y menos de emociones. No porque esto me lo haya producido la permanencia en Estados Unidos (donde por otra parte la emoción se considera una especie de infra-razón). Me lo ha producido la separación de los seres queridos, por muerte o por distancia, la fractura interna de la ausencia se asienta igual. Y como decía un verso de Alvaro Mutis, el poeta colombiano:  “si un día se nos acaba el amor nos queda la mente”.
                                           Fotografía de Lisbeth Salas
 

Y un poema para disfrutar!

HUNDIMIENTO

 La memoria
de la piedra
es peso
de hundimiento

guarda
en tu corazón
sólo
el sonido
vacío

“Las nadas y las noches”(2009), Candaya.

Si quieres leer más: www.literata.cat (diciembre de 2010)